Presencia en la ronda de noche

Vete, así en tanto apareces regresa a tu pincelada,
a la anterior dimensión de la palabra desconocida.

Clavada la mirada me escuchas como atraviesa
y mira lejos, donde nunca me alcanzas.
Mi corazón en automático…
Pero ya no soy yo la que habla, o puede que sea yo más que nunca;
que no me dejo en la sombra, que no compongo a oscuras.

Vete ahora, para que no corra el aire
y las voces no lluevan sobre mí.
No nombres lo que cae de mis ojos.
Lo que digan no me quita la vida.

Mi sensibilidad tiembla a salvo,
o una parte de ella que di escudos.
Dejo que mi cabello caiga erizado
y que mis pupilas siempre se dilaten.

La luz casi fue un invento en la noche
y entre todo solo veo infinita claridad.
No nadaré más en aguas opacas y duras,
mientras exista una gota transparente
Y se calme la sed con un recuerdo.

Ya se pintaron mil y una noches de Rembrandt.
Vete y no lo nombres.
Vete…
Regresa a la pintura.

Oda a La Noche

Te quiero ver, noche de caballo galopante.
No sé por dónde te me quedas colgada,
oscura antigüedad plagada de estrellas.
Calor más eterno, más vivo y hechizante.

Nunca necesité mirarte más de dos veces.
Se me quedaron pegadas mis pestañas a ti.
Tengo algo con tus lejanas luces de tinieblas,
que me abrazan sin estar ahora mismo ahí.

Navega el cielo al mar cuando es de día
y vuela el mar al firmamento cuando eres noche.
Que todas las noches de mi vida son mías y
de los días hay muchos que fueron otros.

Si dejas que Venus y Júpiter se encuentren
y que brillen más sin ser ninguna estrella…
Yo quiero que eso me concedas, Noche,
sin que él y yo seamos ningún haz de fuego.

Susurros de un paisaje prestado

Vine con una espiga en el pecho enredada.
Por todos lados florecía cuando aparté el agua,
y en todos los sitios crecía cuando escondí la luz.
Nada servía si otro tiempo atraía humedades y calor.

Al igual sé que ese espectro de sol no es de hoy,
sino que fue con los atardeceres de lavandas,
y sabores musicales en leves e incesantes suspiros.

Allí estaba yo, con toda mi piel hecha escamas,
temblando con el aire que nunca entró en mi pecera.
Volví a buscar el pez que me devolvía ese cristal,
por si también estuviese sonriendo en su huida conmigo.

Líneas cortadas

Las líneas van a parar a un punto desprovisto de ojos.
Tampoco es el infinito, se juntan en vértices de pestañas.
Se vuelcan las lágrimas salpicando al colibrí del pozo.
Acontece una lluvia que solo suena envuelta en sueño.

De los instantes la continuidad construye su relato,
así como de los puntos seguidos surgen las líneas,
y al final me veo envuelta en su irremediable destino,
mientras se tacha el nombre con lo que me subraya.

Disparar balas al aire para herir el sonido del viento.
Atracar el barco encima de un naufragio anterior y siempre.
Descender a las vértebras de las ilusiones malditas.
Es negociar una salida, un punto de fuga a nuestras líneas.

A paso trémulo

Qué mentira más grande la del agua con el fuego,
la querencia no se extingue con el desconsuelo
y vuelven a decirnos que así podemos combatir,
cuando si llueve es porque ya nos incendiamos.

Crepita el cristal roto de lo duro y lo muy frágil
entre las láminas vivas de cortes transparentes
y goteos en las vistas supurantes de morderse,
que, por querer, tienen la mirada en la espalda.

Allá donde el recuerdo es mezcolanza de siluetas
y los jarrones reconstruyen perfiles de personas.
Cara a cara queda el espacio de nuestras manos
Si fuese todo infinita luz… interminable sombra…
no estaríamos descompuestos en la noche del día.

Pero temblaste en los pasos todavía no alcanzados
de las breves historias contadas por los nunca vivos.
Observo lo que queda en sus huellas y palpo la mía;
como herida cauterizada fusionada con mi psique,
si la recorro, toda tristeza y dulzura se desprende

¿Pudo ser este el miedo mayor que hicimos de menos?
En la razón de lo conocido el temor es hijo del misterio,
y esas dudas, se sabe, que anidan en cualquier pensar
que, a más sentir, más pesados se tornan los párpados
y más sellados tus labios en el encierro de tu enigma.

Fue tras mucho caminar que di con esta soterrada respuesta
que acude a la pregunta que engendran tus contradicciones,
Y en ella no hallé motivo ni causa capaz de cesar el viento
ni cambió el sentido de la magnética aguja que me inclina…

Entre renglones

Lloro de vuelta con las letras,
dibujan yemas sus perfiles;
late con el palpar la sonrisa,
subidas y recorridas mejillas.

Ejecuto una imagen venidera,
disipada la niebla que recojo,
abrazo la promesa, horizonte;
se clava el clavo más adentro.

Arrugas son papel y alma vieja,
rayos de tinta que entretejen
soles radiantes de primavera;
guarda proyecciones mi retina.

Como para no amar con fuerza
si se arma la guitarra de poema,
y al danzar acude la mano al aire
que envuelve letras de azucena.

Mis ojos, con su alegre chapoteo,
caminando entre los renglones,
fijan la vitalidad de un corazón
con ansia calmada de vaciarse.

Al agua soy canción

Contemplo un hueco en las palmas de mis manos.
Sus paredes y el vacío que guardan hacen música.
El eco me llega y pronuncia palabras que creí olvidadas,
quizá causa de lo que alguna vez en ellas sostuve.

Tengo sed del lago vibrante donde las piedras brincan.
Agua que cae entre mis dedos y no alcanza mis labios
¿Y ahora? No respiro y no calmo mi angustia de beber.
Me voy hundiendo, mis alas nunca fueron branquias.

Ese líquido que roza mis ojos porque los ve llorosos
y me baña por fuera del cuello porque huye de mi sed,
por si la muerte la saciara dadas mis plumas mojadas.
Pero le grito que mi naturaleza no es de aire, sino de agua.

Dime si el viento no trae las gotículas de tus adentros;
porque se apiada de mí y de la necesidad que te tengo.
Me permites flotar en tu superficie más que la tierra
y sumergirme para llorar sin que nadie me vea.

Yo te surco a ti y al espejismo del cielo en tu claridad,
incluso me muevo como las nubes ceñidas de azul.
Y en las profundidades suplico el elixir en mi garganta,
que mi canto dejó con sed mi aliento, porque soy del agua.

Perdí las llaves

Dejé queriendo la puerta abierta,
y en la cerradura las llaves colgando.
Yo supe del rostro que a mí me mostraba
en la entrada del espejo que me reflejaba.

Vi y oí sus fuertes pisadas arrastradas.
Sentí su sombra abrazando la llama.
Metí las llaves en su bolsillo más externo.
Cerré la puerta y él me miró por dentro.

Quise enseñarle la cocina, a lo que él,
muy hábil, encendió el gas y prendió fuego.
En el baño se dejó el grifo de lágrimas corriendo,
y en el salón reconoció la colección de mis pensamientos.

Llegamos al dormitorio y empezó a llenar de despertadores el silencio.
Después quiso él redescubir el sótano que yo misma desconocía.
Porque no me atreví a entrar, ni tampoco a detenerlo;
A día de hoy sé por sus huellas que pisó el centro.

Pero lo peor, adelanto, que no fue a razón de eso.
Emergió de las escaleras y de excusas puesto,
alegó su salida y con la llave fuera me cerró dentro.
No es que robara nada, es que dejó su recuerdo.