Vine con una espiga en el pecho enredada.
Por todos lados florecía cuando aparté el agua,
y en todos los sitios crecía cuando escondí la luz.
Nada servía si otro tiempo atraía humedades y calor.
Al igual sé que ese espectro de sol no es de hoy,
sino que fue con los atardeceres de lavandas,
y sabores musicales en leves e incesantes suspiros.
Allí estaba yo, con toda mi piel hecha escamas,
temblando con el aire que nunca entró en mi pecera.
Volví a buscar el pez que me devolvía ese cristal,
por si también estuviese sonriendo en su huida conmigo.