Entre renglones

Lloro de vuelta con las letras,
dibujan yemas sus perfiles;
late con el palpar la sonrisa,
subidas y recorridas mejillas.

Ejecuto una imagen venidera,
disipada la niebla que recojo,
abrazo la promesa, horizonte;
se clava el clavo más adentro.

Arrugas son papel y alma vieja,
rayos de tinta que entretejen
soles radiantes de primavera;
guarda proyecciones mi retina.

Como para no amar con fuerza
si se arma la guitarra de poema,
y al danzar acude la mano al aire
que envuelve letras de azucena.

Mis ojos, con su alegre chapoteo,
caminando entre los renglones,
fijan la vitalidad de un corazón
con ansia calmada de vaciarse.

Al agua soy canción

Contemplo un hueco en las palmas de mis manos.
Sus paredes y el vacío que guardan hacen música.
El eco me llega y pronuncia palabras que creí olvidadas,
quizá causa de lo que alguna vez en ellas sostuve.

Tengo sed del lago vibrante donde las piedras brincan.
Agua que cae entre mis dedos y no alcanza mis labios
¿Y ahora? No respiro y no calmo mi angustia de beber.
Me voy hundiendo, mis alas nunca fueron branquias.

Ese líquido que roza mis ojos porque los ve llorosos
y me baña por fuera del cuello porque huye de mi sed,
por si la muerte la saciara dadas mis plumas mojadas.
Pero le grito que mi naturaleza no es de aire, sino de agua.

Dime si el viento no trae las gotículas de tus adentros;
porque se apiada de mí y de la necesidad que te tengo.
Me permites flotar en tu superficie más que la tierra
y sumergirme para llorar sin que nadie me vea.

Yo te surco a ti y al espejismo del cielo en tu claridad,
incluso me muevo como las nubes ceñidas de azul.
Y en las profundidades suplico el elixir en mi garganta,
que mi canto dejó con sed mi aliento, porque soy del agua.

Perdí las llaves

Dejé queriendo la puerta abierta,
y en la cerradura las llaves colgando.
Yo supe del rostro que a mí me mostraba
en la entrada del espejo que me reflejaba.

Vi y oí sus fuertes pisadas arrastradas.
Sentí su sombra abrazando la llama.
Metí las llaves en su bolsillo más externo.
Cerré la puerta y él me miró por dentro.

Quise enseñarle la cocina, a lo que él,
muy hábil, encendió el gas y prendió fuego.
En el baño se dejó el grifo de lágrimas corriendo,
y en el salón reconoció la colección de mis pensamientos.

Llegamos al dormitorio y empezó a llenar de despertadores el silencio.
Después quiso él redescubir el sótano que yo misma desconocía.
Porque no me atreví a entrar, ni tampoco a detenerlo;
A día de hoy sé por sus huellas que pisó el centro.

Pero lo peor, adelanto, que no fue a razón de eso.
Emergió de las escaleras y de excusas puesto,
alegó su salida y con la llave fuera me cerró dentro.
No es que robara nada, es que dejó su recuerdo.

Cuando caigo

Cuando caigo elevas tu mirada.
Ahí arriba, en lo alto y en movimiento
Me pregunto qué de mí se fue volando
Que despegó el brazo de tu cuerpo.

Quizá culpaste al viento de mi despedida o
A la mano que lo azora con simples caricias,
Esas que posee el tiempo en sus cenizas
Y lo inciden a seguir en nuestras voces.

Calla y mírame aquí abajo, donde no estoy,
Donde no me hallo, donde yo ya no soy
Sino el eco de una sombra con plumas
Que se dirigió al suelo en carne propia.

Y si las partes de mí siguen en división,
En constante multiplicación que me aparta
De todo para con la nada, encuéntrame
Y roba el pedacito que soy, ese que volaba.