Veintiuno, Seis, Veintitrés.

El día más largo lo nubla una tormenta.
Se parece a caminar entre cortinas,
a no ver si no es con un velo en los ojos.

El día más largo se estremece con la lluvia,
en los truenos deja cautivo su esplendor
y mariposas deja al sueño del día anterior.

El día más largo cede ante la bóveda celeste.
Comparte las horas con ternura y con adiós.
No quiere ser ni el más largo ni el más hermoso.

El día más largo llamó a la que fuera su único amor:
la corta noche que no pensó en acudir tan pronto,
se recuesta entre la tenue luz de las horas compartidas.

El día más largo se superpone, se traspone o se compone,
y de lo que sobra se lo entrega a la efímera noche…
que revive con la lenta muerte de un beso tras las nubes.

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