Carta al mar

Al mar, murmullo de corrientes.
Hiciste de mis venas tu retorno.
Eres la madre de nuestra callada orfandad.

Ya me voy acomodando a tu costado.
A veces creo que me buscas
y llega la espuma que es aire,
invitándome a tu oxígeno disuelto.
Partes con las olas las estrellas,
acoges el lloro de las tormentas.
Mis llagas con espinas adolecen
por la tortuga solitaria y libre.
Temo adentrarme y necesitarte.

La Verdad Cuántica

Hay números para todo.
Se van moviendo
y tenemos que cazarlos,
sobre todo, objetivos claros.
Nuestra vista es sesgada
para encontrar la clave:
Esa ansiada coincidencia
de números bajos,
racionales mayormente,
y enteros casi siempre.
Algo que recuerden fechas
y aviven la sangre.
Que constaten y evidencien
alguna verdad numérica
de gemelos y espejos,
como dos partículas
interconectadas.

La orilla del silencio.

Las palabras que con un suave gesto
no dejas que se mueran.
Hablas y hablas porque quieres que yo entienda.
Y si dejas el tono suspenso en una última sílaba…
rápidamente asiento:
aquí no llueven las palabras.

Que, si me hablas,
mi cabeza no da vueltas en una contestación.
Gira en dirección de tu mirada,
más rápida que la voz en recordar.
Y lo que me quieras mostrar lo observo,
lo disecciono con mis ojos.

Lamento que inventáramos conversaciones con monólogos.
Quiero empezar a ver y escuchar como si fueran “últimas palabras”.
Con el mar es fácil, se acerca cuando habla,
se retira cuando escucha,
y en una botella recojo los pensamientos que divagan.

Ahora, te acercas interrogando,
en busca de la orilla del silencio.
Escucho la pregunta y mi respuesta no es tu música de fondo,
es el paisaje que contemplas con sus notas perfumadas.

Más que esperar para hablar, esperabas para poder escuchar.
Así es que espero yo volver a la orilla donde hay respuestas,
pero mientras tenga la palabra estaré recibiendo de ti.
Y cuando te la ceda, será como leer un poema:
te daré todos mis sentidos.

Veintiuno, Seis, Veintitrés.

El día más largo lo nubla una tormenta.
Se parece a caminar entre cortinas,
a no ver si no es con un velo en los ojos.

El día más largo se estremece con la lluvia,
en los truenos deja cautivo su esplendor
y mariposas deja al sueño del día anterior.

El día más largo cede ante la bóveda celeste.
Comparte las horas con ternura y con adiós.
No quiere ser ni el más largo ni el más hermoso.

El día más largo llamó a la que fuera su único amor:
la corta noche que no pensó en acudir tan pronto,
se recuesta entre la tenue luz de las horas compartidas.

El día más largo se superpone, se traspone o se compone,
y de lo que sobra se lo entrega a la efímera noche…
que revive con la lenta muerte de un beso tras las nubes.

Sonambulismo

No se rompen mis manos, se van doblando.
Mis manos de papel translúcido que ya nada soportan.
Que cae el plomo de tu corazón y no puedo sostenerlo.
Se me doblan, cuando antes si caía las fibras se engrosaban

Demasiado es el acero que lo recubre,
demasiados los cortes;
y por eso me doblo como las páginas que se pasan con urgencia.
Y aún dentro de tu corazón me pregunto si hay hueso o hay callo,
pero chocas contra el suelo y el sonido se me eriza en la nuca.

Te llamaría sonámbulo entre los pedazos de algún desastre.
Un caminante que pone picas donde había corazones.
Y sé que lo que más querías de mi corazón era ser pluma,
Sonreír como la sonrisa inconsciente de sí misma, irrefrenable.

Al igual que una condena que se comparte me arrojaste el tuyo
Si mis manos lo arropaban hasta teñirse del frío azul,
Tú ocupabas las tuyas en hacer malabares con el mío.
Se te caía, pero algo quedaba para poder seguir jugando.

No es el amor en sí, sino sus letras que no quieren unirse.
“A morir” es donde se encuentran en las lenguas romances.
Y yo que quizás aún pueda escribir sin torcer las líneas…
dibujé la sonrisa en un adiós sin que mis manos se doblaran.

Presencia en la ronda de noche

Vete, así en tanto apareces regresa a tu pincelada,
a la anterior dimensión de la palabra desconocida.

Clavada la mirada me escuchas como atraviesa
y mira lejos, donde nunca me alcanzas.
Mi corazón en automático…
Pero ya no soy yo la que habla, o puede que sea yo más que nunca;
que no me dejo en la sombra, que no compongo a oscuras.

Vete ahora, para que no corra el aire
y las voces no lluevan sobre mí.
No nombres lo que cae de mis ojos.
Lo que digan no me quita la vida.

Mi sensibilidad tiembla a salvo,
o una parte de ella que di escudos.
Dejo que mi cabello caiga erizado
y que mis pupilas siempre se dilaten.

La luz casi fue un invento en la noche
y entre todo solo veo infinita claridad.
No nadaré más en aguas opacas y duras,
mientras exista una gota transparente
Y se calme la sed con un recuerdo.

Ya se pintaron mil y una noches de Rembrandt.
Vete y no lo nombres.
Vete…
Regresa a la pintura.

Oda a La Noche

Te quiero ver, noche de caballo galopante.
No sé por dónde te me quedas colgada,
oscura antigüedad plagada de estrellas.
Calor más eterno, más vivo y hechizante.

Nunca necesité mirarte más de dos veces.
Se me quedaron pegadas mis pestañas a ti.
Tengo algo con tus lejanas luces de tinieblas,
que me abrazan sin estar ahora mismo ahí.

Navega el cielo al mar cuando es de día
y vuela el mar al firmamento cuando eres noche.
Que todas las noches de mi vida son mías y
de los días hay muchos que fueron otros.

Si dejas que Venus y Júpiter se encuentren
y que brillen más sin ser ninguna estrella…
Yo quiero que eso me concedas, Noche,
sin que él y yo seamos ningún haz de fuego.

Susurros de un paisaje prestado

Vine con una espiga en el pecho enredada.
Por todos lados florecía cuando aparté el agua,
y en todos los sitios crecía cuando escondí la luz.
Nada servía si otro tiempo atraía humedades y calor.

Al igual sé que ese espectro de sol no es de hoy,
sino que fue con los atardeceres de lavandas,
y sabores musicales en leves e incesantes suspiros.

Allí estaba yo, con toda mi piel hecha escamas,
temblando con el aire que nunca entró en mi pecera.
Volví a buscar el pez que me devolvía ese cristal,
por si también estuviese sonriendo en su huida conmigo.