Caronte en Venecia

En los portales de los edificios siempre estaciona una barca que va depositando a los amantes que con sus besos apuran el licor de su luna de miel, porque como es sabido, después de llena, la luna mengua hasta desaparecer, y sólo entonces es cuando la noche se hace palpable en su continua existencia.

Así, entre la vorágine, dos enamorados se agarran para sortear de un salto el espacio que les separa del muelle y de todo lo que les es tierra firme. En su elevarse en el descenso, lanzan juntos una moneda al aire y en lo alto, sobre sus cabezas, centellea el mismo cobre, devolviendo los últimos átomos de la aparente luna que prontamente será eclipsada. A un lado, el barquero en un solemne y hábil movimiento recoge al vuelo la paga de sus viajeros y, sintiendo el frío del metal reclamando su atención, se dispone a abrir la mano para comprobar, falto de esperanzas, la cara de la moneda que ésta ha de mostrarle.

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