Eugenia Blanco Sotillo nació el 19 de septiembre de 1941 en la aldea Villalobos, situada al sur de la provincia de Jaén. A la edad de cinco años quedó huérfana de madre, de forma que ella y su hermana Fátima pasaron al cuidado de su padre, el cual nunca llegó a superar la muerte de su mujer. A raíz de este traumático hecho no tardaron el tabaco y el alcohol en hacer acto de presencia en su humilde hogar, donde comenzaron a celebrarse timbas ilegales.
Cuando Eugenia cumplió ocho años dejó de ir a la escuela y pasaba los días en el descampado con su hermana jugando con otros niños como ella; mientras que las noches las dedicaba a desplumar a los invitados de su padre. Embebida en todo ese ambiente se dejó seducir por el humo del tabaco y a los diez años dio su primera calada a un cigarro. Ella solía decir que más que su sabor, lo que de verdad le gustaba era sostenerlo entre los dedos y sentirse, así como una estrella de Hollywood, de esas que solían aparecer en las películas que a su madre le encantaba ver; lo que demuestra que ya desde pequeña soñaba con llegar a ser una gran actriz.
En aquellos tiempos ella vivía de lo que la calle le podía ofrecer, que consistía sobre todo en raterías, pero pronto se cansó de esa vida maltrecha y a los diecisiete años terminó mudándose a Madrid con Fátima. Al año de irse murió su padre por el motivo que llevaba trece años matándole. Así que, una vez más, y siendo ésta la última en la que Eugenia regresara a su tierra natal, las dos hermanas emprendieron un viaje de vuelta para despedir a su padre y, sobre todo, para enterrar, más que un cuerpo, sus recuerdos.
De vuelta a la gran ciudad, Eugenia empezó a trabajar de camarera en un bar de Lavapiés ganándose un sueldo que apenas le permitía a ella y a su hermana un techo donde vivir y algo con lo que llenar el buche. Cuando su hermana encontró un puesto en una fábrica textil Eugenia invirtió el dinero que obtenía de las horas extras en clases de interpretación.
Fue entonces donde adquirió las cualidades necesarias para ser actriz y tras muchos castings fallidos, en 1964, a la edad de veintitrés años, obtuvo su primer papel de reparto en la cinta titulada Invención romántica. Desde aquel momento se sucedieron numerosos papeles de por el estilo hasta que en 1968 dio su salto a la fama con la película más taquillera hasta la fecha, bajo el título de Amor es solo un nombre. Hoy en día aún se la sigue recordando por sus secuencias fumando en esa película. Su coprotagonista, Roberto Valero, solía decir que no había nadie en el mundo que sostuviera el cigarrillo con tanta elegancia, tanto fuera como dentro de la pantalla.
Murió el 2 de marzo de 1983, a causa de lo que la autopsia determinó con el nombre de sobredosis. En el funeral su hermana declaró las siguientes palabras:
“A Eugenia la mataron las drogas, igual que a nuestro padre, pero detrás de todo eso lo que en realidad los mató fue la pena. La pena de la muerte de nuestra madre. Mi hermana solía hablar de ella y la echaba más de menos que yo porque ella aun recordaba su rostro, su tacto, su olor. Por las noches lloraba, aunque no lo admitiera, y la situación empeoró con el éxito. Sé que ella quería que nuestra madre viera lo que había conseguido. Tanto es así que ayer encontré en su cajón el mechero con el que mi madre se encendía los cigarros”.